Dos caras de la misma moneda: El Síndrome del Burn out y la desocupación

Efectos en la subjetividad de los ciudadanos

El Síndrome del Burn Out corresponde al desgaste psíquico producido en los sujetos que realizan tareas en situaciones de extrema exigencia, y/o en ámbitos laborales en los cuales las condiciones ambientales no cumplen los requisitos de mínimo bienestar para los trabajadores.

Esta “forma de agotamiento”, niveles de ansiedad, cansancio por el exceso de horas laborales estresantes, se da en diferentes grupos de trabajadores: de educación, de salud (equipos quirúrgicos, personal de enfermería, médicos), trabajadores del Poder Judicial, personal bancario, policía, etc. Quienes sufren a través de los años pocas satisfacciones con respecto al rol que desempeñan, y a la remuneración percibida, siéndoles violentamente solicitados, en general, dentro de instituciones con niveles de jerarquía autoritarios el máximo rendimiento y productividad, sin tener desde lo institucional y lo social, un reconocimiento que genere un aumento de su autoestima e incremente placer por el trabajo que realizan.

La vulnerabilidad que se da en los equipos de trabajo, se traduce en trastornos psicológicos tales como depresiones, adicciones, trastornos psicosomáticos, alcoholismo, fobias, accidentes a nivel personal, pero en la dinámica de dichos grupos se generan discusiones, acosos de diferentes tipos, competencias salvajes, explosiones afectivas descontroladas, sin que los jefes o coordinadores sepan cómo contener estas reacciones de los miembros del grupo, sufriendo ellos mismos una “devastación mental y física”, que les impide pensar y conducir a la gente a su cargo con la autoridad, capacitación y tranquilidad necesarias para contener y conducir un camino laboral productivo.

En la actual situación económico-social, se produce bajo condiciones laborales inestables, reducción de personal, vacaciones obligadas, despidos encubiertos, un acrecentamiento del “burn out”, ya que los trabajadores de cualquier rubro se ven obligados a rendir el doble, a raíz de la desocupación, ya vigente en nuestro país, lo cual genera y recuerda las siniestras condiciones del año 2001. Si sumamos a este escenario social de valores precarios, de deshumanización y de poco respeto por “los derechos humanos del ciudadano”, la inseguridad vivida por el aumento de la delincuencia a todos los niveles, nos encontramos con que aparece la otra cara de la moneda: la “violencia social”.

La desocupación, el territorio infértil del “no trabajo”, el hambre, el aumento de las enfermedades tanto físicas como mentales, el desarraigo en las familias son las causas para el aumento de la delincuencia: robos, estafas, impunidad, oportunismo, corrupción, generen en la civilidad un sentimiento de fragmentación de la república y de la democracia, que influye en las subjetividades de niños, jóvenes y adultos, que nos hacen pensar si otra vez “no estamos quemando una generación”, condenándola al fracaso, a la desesperanza, a la trasgresión de toda normatividad.

La desocupación es cada vez mayor entre los jóvenes de hasta 35 años, inclusive en ciertas profesiones y tareas se los considera “viejos”, a pesar de tener un nivel de educación de posgrado.

Un joven me decía: “tengo que cambiar de trabajo porque estoy mal remunerado, pero no puedo aspirar a entrar a una multinacional, a pesar de tener el mejor master del país, es increíble que a los 36 años me sienta más viejo que mi padre”.

Una muchacha de 29 años, diseñadora de indumentaria, se consideraba “fuera del mercado laboral” porque la competencia en su rubro era tan feroz que, estando deprimida, puso con su madre que es modista un pequeño taller de arreglo de ropas, ya que, siendo su madre jubilada y ella despedida por quiebra de la “marca” en que trabajaba, sus ingresos mermaron al límite de no poder pagar el alquiler y la manutención de su hogar.

La clase media ha sido diesmada a lo largo de los últimos años, quedando claramente delimitado en lo socio-económico: “Los pobres y los ricos”.

La pobreza se ve en las calles de las grandes ciudades y en el interior del país, de manera tal que, las políticas económicas sólo muestran un nivel de “aparente populismo”, mientras, en realidad, condenan a la civilidad a un derrumbe cada vez más notorio y a un resquebrajamiento de aquellos referentes morales que alguna vez le dieron la consistencia y la confianza de que vivíamos en un país con un porvenir democrático y que, alguna vez, por sus condiciones geográficas, riquezas naturales, variedad de climas y mano de obra inteligente, podríamos ocupar un lugar destacado entre las naciones del mundo.  

La desocupación entre las personas mayores de 45 años (hombres y mujeres) nos obliga a pensar cuáles serían las vías más operativas, para evitar males mayores y la destrucción de hogares con niños, jóvenes, y ancianos de manera que la desocupación no sea otro “burn out” que conduzca nefastamente a la delincuencia, a veces ligada a la desesperación por sobrevivir.

Pareciera que es fácil describir lo que sucede en la Argentina hoy.

En cambio, deberíamos pensar que la forma más inmediata de empezar a recomponer esta trama del lazo social es buscar a través de las instituciones gubernamentales nacionales, provinciales y municipales, públicas y privadas (ONGs) programas que incluyan la capacitación de las personas desocupadas, los jóvenes que quedaron fuera del sistema, los adultos mayores como para generar vínculos grupales en los cuales se sientan amparados y reinsertados en la comunidad.

¿Cuáles serían las formas en que deberían implementarse estas medidas para recuperar las potencialidades de estas distintas franjas etéreas?

  1. Capacitar operadores zonales que multipliquen las experiencias de aprendizaje laboral, según las necesidades y prioridades de cada comunidad.
  2. Estos operadores trabajarían de manera modular en el tiempo con los actores sociales hacia quienes esté dirigido el entrenamiento.
  3. Las instituciones públicas deberían realizar convenios con las ONGs e instituciones educativas de todos los niveles para trabajar a corto plazo con los ciudadanos, de manera de poder subvencionar con efectividad la reincorporación de ellos a un orden social, sacándolos de la marginalidad, ofreciéndoles las mínimas condiciones laborales dignas y colaborando de esta forma con el aumento de la valoración y autoestima subjetiva.
  4. Las estrategias y metodologías a seguir serían determinadas por los especialistas en cada rubro de reaprendizaje, según las características de los contenidos a transmitir: talleres, jornadas, conferencias, seminarios, con la colaboración de la prensa local y nacional.

Es pretensión de este artículo, simplemente, colaborar con una forma de pensar lo social de manera menos disociada, como así también mostrar que todavía hay ciudadanos que confiamos en la sensatez de aquellos que nos gobiernan.

Alicia Pose
MN 865

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